Admitámoslo. Todos, en alguna ocasión, hemos sentido la tentación de
hacerlo. Bien por la vía del atletismo, pies para que os quiero, o por la del
desparpajo. Esta última modalidad requiere de no poco temple torero: levantarse
con naturalidad del asiento, despedirse del camarero con un cordial “Hasta
luego, jefe”, y tomar tranquilamente las de Villadiego dejando atrás tal
montaña de platos que necesitarán al menos 2 botes de Mistol (concentrado)
para lavarlos.
Hacer un “sinpa” constituye algo censurable, desde luego, por deshonesto e ilegal.
Pero en una situación extrema, en la que, sin saber muy bien cómo, se haya
acumulado una factura inasumible, puede ser la única salida posible. Pues bien, teniendo
en cuenta el contexto macroeconómico español, quizás haya llegado el momento de
plantearse un “sinpa” a nivel nacional.
Porqué a estas alturas, si no se ha expulsado a España del euro, no se debe
a ningún espíritu europeísta, como el que propugnaba Víctor Hugo con su visión
de unos “Estados Unidos de Europa”, o Richard Coudenhove-Kalergi mediante la
creación de una Panaeuropa federal y democrática. Tampoco la voluntad de mantener
a toda costa a España dentro de la moneda única persigue el desarrollo
económico y social de nuestro país. El verdadero y único objetivo es garantizar
a los acreedores el pago íntegro de la desorbitada deuda contraída. Y claro, si nos echaran, tendríamos la
excusa perfecta para dejar de hacerlo. Ya lo advirtió Keynes en la célebre cita
comentada aquí en más de una ocasión: “Si te debo una libra tengo un problema,
pero si te debo un millón el problema es tuyo”. Las palabras del economista
británico hubiesen sonado aún más contundentes si en vez de “un millón” hubiese
hablado de “varios billones”, como en el caso español. Pero ni Keynes pudo imaginar que algún día se
alcanzaría una deuda de tal magnitud.
Cierto es que el mero hecho de pensar en una suspensión de pagos da vértigo,
pavor. Pero al mismo tiempo es un asunto a abordar con serenidad, perspectiva y
también, para hacerlo más soportable, cierta dosis de humor. Y aunque hasta fechas
recientes haya sido tema tabú, desde hace meses los propios mercados lo han sacado a la palestra, de la mano de la prima de riesgo. Si no ¿a qué
riesgo pensabais que se referían, a que Mecano sacara un nuevo disco? Aunque ojalá
que esto último tampoco ocurra…
Es bien sabido que España posee una rica y apasionante historia. En
concreto su experiencia en bancarrotas no tiene parangón. No en vano España fue
el primer estado moderno en declararse en quiebra. Ocurrió 1557 bajo el reinado
de Felipe II, por dos razones principales. Primero, por el capricho de su
padre, Carlos I, de conseguir el título de Emperador del Sacro Imperio Romano.
Para ello tuvo que sobornar a diestro y siniestro, con dinero obtenido del prestamista
alemán Jakob Fugger. Y segundo, por la llegada masiva de metales preciosos expoliados
desde América, que lejos de dinamizar nuestra economía, acabó por hundirla del
todo. Desde entonces se han producido 13 situaciones de impago por parte del estado
español, ahí es nada.
También conviene echar un vistazo a la crisis económica América Latina de
los años 80 y los planes de ajustes promovidos en la región por el FMI. Estas
economías habían tenido acceso durante la década anterior a una financiación internacional
prácticamente ilimitada, flujo con el que intentaron, sin demasiado éxito,
modernizar sus estructuras productivas. Cuando el grifo se cerró y los
intereses aumentaron, estos países no pudieron hacer frente a sus deudas. El
FMI acudió raudo al rescate, inyectando capital a cambio del compromiso de
acometer drásticos planes de recortes y de privatización. El resultado: pobreza
creciente y deuda e(x)terna. Tan solo cuando los países abandonaron estas
recetas asfixiantes sus economías comenzaron a resurgir. El periodo recibió el
nombre de “década perdida”. En España llevamos ya 5 años erráticos. Vamos, que la
historia nos brinda lecciones más que evidentes, pero parece ser que, por
alguna extraña razón, las personas y los países repetimos los mismos errores
una y otra vez.
El actual gobierno español insiste
en el discurso de que todas sus mentiras (el incumplimiento de todas sus
promesas electorales), son un mal necesario para salir de la crisis, y que el
esfuerzo no va a ser en vano. Aunque a nadie le sorprenda ya, conviene remarcar
que todo parece indicar que estamos ante una mentira más, y que el dejarnos la
piel en el intento apenas servirá para pagar los intereses de la deuda. En este
escenario tan poco halagüeño la tesis del “Spain sinpa” cobra sentido. Además, ante
una prensa económica internacional tan dada a los juegos de palabras (Grexit,
Spanic, Merckollande…) seguro que se interpretaría como una señal el que ambos
términos contengan las mismas letras. Y como hashtash de twitter #spain_sinpa
tampoco suena mal ¿no?
Una vez tomada la hipotética decisión alguien lo tendría que comunicar al
mundo. Una tarea poco agradecida, pero estamos de suerte. Contamos con la persona
idónea, por cargo y porque ya está de vuelta de todo. El individuo en cuestión
solo tendría que hacer una breve comparecencia y anunciar: “Lo sentimos mucho. Nos
hemos equivocado. No volverá a ocurrir”. Y si Bruselas nos envía a sus hombres
de negro, España dispone de efectivos para hacerles frente. Quizás no andemos
sobrados de expertos en física cuántica, pero si en cuentistas metafísicos. Una
troika formada por Julían Muñoz, José María Ruíz Mateos y Rodrigo Rato causaría
estragos allá donde fuese enviada en misión diplomática.
A modo de reflexión final respecto a la bondad o no de llevar a cabo un “Spain
sinpa”, el mero hecho de plantear el debate sobre esa posibilidad (aunque sea
un farol) ya resultaría útil a la hora de negociar unas mejores condiciones con la
Unión Europea. Por el contrario, la postura del actual gobierno español de
sumisión absoluta a los dictámenes externos es tan humillante como ineficaz.
Aunque supongo que eso debe ser algo secundario para unos gobernantes para los
que la crisis es tan solo un concepto abstracto que nunca les ha afectado a
ellos. Ni a ellos, ni a sus padres, ni a sus abuelos…
Yo me apunto a un sinpa.
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